El drama de la Salvación

Mi esposa y yo tomamos la decisión consciente de no exponer a nuestro hijo a la violencia que sobreabunda en nuestra sociedad y que los medios de comunicación presentan muy abiertamente. De cierto modo, esta decisión algunos la encuentran contra-cultural, pues nuestro hijo no usa juguetes que promuevan la violencia: ni espadas, ni pistolas ni nada que se les parezca. Tampoco le permitimos que vea películas que glorifican la violencia, ni artes marciales, ni guerra, ni nada por el estilo. Ciertos miembros de nuestra familia han cuestionado nuestra decisión de tratar de llevar una vida libre de violencia. Nos dicen que nuestro hijo debería de aprender a defenderse físicamente por sí mismo, que la sociedad en que vivimos es intrínsecamente violenta, que no obstante tanto esfuerzo nuestro, él encontrará situaciones de violencia, de odio y de guerra. Pueda que esto sea cierto y pienso que nuestro mundo está marcado por la discordia, sin embargo, por esta razón mi esposa y yo pensamos que debemos de crear en él una conciencia pacífica y una visión positiva de la realidad.

Al celebrar esta cuaresma, nos dimos cuenta de que hay ciertas cosas que no se pueden evitar. Sobre todo en cuanto al gran drama de la Salvación. El Misterio Pascual, la Vida, Muerte y Resurrección de Jesús están marcados por esa violencia y discordia que agobia a todo el mundo. La acción salvadora de Jesús es el resultado de la confrontación entre la vida y la muerte, el bien y el mal, el pecado y la Salvación. Al principio de la cuaresma, recibimos en el correo un viacrucis promovido por una orden religiosa. Las imágenes de este viacrucis eran tan vívidas que le llamó la atención a nuestro hijo de siete años. Me pidió que le explicara que es lo que le estaba sucediendo a Jesús. En breves palabras y tratando de no ahondar en el drama de la Pasión, le expliqué que Jesús murió por nosotros, para salvarnos. Le dije que el viacrucis es una manera que tenemos para reflexionar en lo que sufrió Jesús antes de morir por nosotros. Esa misma noche, mi esposa me contó que el niño muy preocupadamente le había dicho que él no quería morir como Jesús. Que en su clase de educación religiosa había aprendido que ser cristiano significa ser como Jesús, y por eso, él no quería morir como él murió. Le comenté a mi esposa la conversación que tuve sobre las estaciones de la cruz y las preguntas que el niño había hecho. Decidimos buscar estaciones de la cruz que sean más aptas para niños pequeños. Por ejemplo, hay una que los niños colorean cada estación para que se vayan familiarizando más con las imágenes de la Pasión. Hay otras que se concentran en las virtudes que necesitó Jesús para llevar a cabo el camino hacia la cruz, tales como la obediencia, el valor, la mansedumbre, etc. Esto ayudó un poco a que nuestro hijo fuera viendo que más que una situación de dolor y violencia, el sacrificio de Jesús es algo que nos da esperanza.

En la misa del Domingo de Ramos, los jóvenes de la parroquia dramatizaron la lectura de la Pasión. Escenificaron los eventos de tal manera que muchos de los presentes se emocionaron mucho. Nuestro hijo se conmovió tanto que pidió salir de la iglesia. Mi esposa lo acompañó afuera y una vez terminada la obra, regresaron a la asamblea. El niño me preguntó que sucedió después que el saliera de la iglesia. “Los soldados bajaron de la cruz el cuerpo de Jesús y lo colocaron en la tumba” le dije. En ese momento mi esposa me miró como preguntándome, “¿y qué más…la resurrección?” “Sí, después resucitó,” le dije. “¡Qué dicha la de él! No hay nada que él no pueda hacer,” dijo el niño. A lo que yo le respondí, “¡Qué dicha la nuestra!” La respuesta de mi niño me alegró mucho, pues me di cuenta que comprendió que el drama de la Pasión no se queda en la muerte cruda y violenta de Jesús.

Durante el este tiempo pascual, una pregunta que hizo nuestro hijo me parece que indica que él pudo comprender todo lo que acababa de ocurrir en la cuaresma, “¿Por qué sigue la cruz ahí?” me preguntó señalando al frente de la iglesia. “Eso es para recordarnos el amor y sacrificio de Jesús por nosotros.” Su silencio me indicó que había captado el poder del símbolo del triunfo de la vida sobre la muerte.

Como catequistas, como padres y educadores, debemos dejar que los símbolos hablen pues éstos contienen en sí una elocuencia que las palabras no logran captar. Nuestro hijo pudo experimentar más profundamente, a través de imágenes, dramatizaciones, y símbolos litúrgicos el drama de la Salvación que nos libera de la ignominia del mal, el pecado, la muerte y la violencia del mundo. ¡El Señor ha resucitado, aleluya! ———————————————————————————————————–

photo copyFrancisco Castillo, DMin, catequista desde la edad de los doce años, trabaja como editor en jefe y especialista multicultural para RCL Benziger Publishing. También se desempeña como profesor adjunto de estudios religiosos en el Broward College en Pembroke Pines, Florida.

Trabajó durante 13 años como educador católico de la Arquidiócesis de Miami en enseñanza secundaria y sirviendo como jefe del Departamento de Teología y Director de Pastoral Colegial. Es miembro de la Academia de Teólogos Católicos Hispanos de los Estados Unidos (ACHTUS por sus siglas en inglés), miembro del Instituto Nacional Hispano de Liturgia y del Festival Internacional de Cine Juan Pablo II. Sus intereses profesionales incluyen la Doctrina Social de la Iglesia, teología litúrgica, la teología y liturgia estética, teología de la liberación, la teología hispana/latina de los Estados Unidos, los estudios religiosos, religión comparativa, la religión y el cine, y la identidad cultural.

Algunas de sus publicaciones se pueden encontrar en Momentum, Ministry and Liturgy, y Amen. También es escritor y poeta, su libro de poesía titulado, Mis Primeros Poemas, fue publicado en 2013 por el Círculo de Escritores y Poetas Iberoamericanos (CEPI). Vive en el sur de la Florida con su esposa e hijo.